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El «rap» de Arrabal

El dramaturgo participa esta tarde en un debate en el Antiguo Instituto
Gijón, 21.3, 06 J. C. GEA
No encontró «quorum» suficiente Fernando Arrabal para su rueda de prensa de ayer en Gijón, pero eso no impidió que el fundador del «teatro pánico» obsequiase a sus anfitriones y a algún representante de los medios con uno de sus portentosos «rap» biográfico-culturalistas. Los representantes de la revista teatral «La Ratonera», que organiza para esta tarde a las 19.30 en el Antiguo Instituto un debate con el autor, se encontraron con que a esa misma hora la atención mediática estaba puesta en la Alcaldesa de la ciudad y en otro tipo de teatro pánico -el de la superreforma al alza del superpuerto-, por lo que el dramaturgo se limitó a sentarse junto a su silenciosa esposa, Luce, en las sillas del público, y a abrir la siempre sorprendente espita de su boca, conectada a un depósito vital, a una reserva cultural y, sobre todo, a una selva neuronal en permanente estado hiperactivo.
Arrabal empezó abruptamente por el ajedrez y acabó, aún más abruptamente, con un repentino «bueno, nos vamos a comer, ¿no?», a mitad de una frase en la que había invocado a la «prodigiosa escultora Camille Claudel, amante de Rodin», y cuyo predicado quedó enredado en alguna parte de la «selva selvaggia» del cerebro arrabaliano. Es de suponer que la conexión entre ambos fragmentos de discurso sería reconstruible con los testimonios de todos los presentes -entre otros el crítico teatral Boni Ortiz, el gerente de la Fundación Municipal de Cultura, Julián Jiménez, o la organizadora de Feten, Marián Osácar-, pero para un solo cerebro es poco menos que misión imposible.
Arrabal -apasionado confeso del ajedrez, al que dijo haberle dedicado «tres años íntegros» de su vida y del que escribe en el semanario «L'Express»- estaba loco por saber cómo va el Campeonato del Mundo femenino «que se disputa en una ciudad rusa que lleva el bello nombre de Ekaterina, como la primera mujer de mi muy culto y admirado Stalin», del que también recordó que era un «pedófilo platónico». El tablero le dio pie a Arrabal para sacar a las negras a Unamuno, -«a quien le cabreaba enormemente perder al ajedrez»- y a otro mal perdedor, el dramaturgo francés Jean Genet.
«Jugábamos mucho, y no es que yo fuera peor que él, sino que él había aprendido en la cárcel y no era rival para alguien con formación teórica. Un día se hartó y me dijo que iba a rezar a Dios. ¡Pero si tú eres ateo!, le dije. Y él dijo que le rezaría a Zaratustra. Bueno, le dije yo, quizás ése sí te ayude», relató Arrabal.
A continuación obsequió a los presentes con una teoría general: «Los grandes jugadores de ajedrez de cada época son siempre de la potencia dominante». Puso unos cuantos ejemplos de maestros españoles del Siglo de Oro, italianos del Renacimiento, franceses de la época revolucionaria y rusos, «funcionando como una célula soviética» de nuevo bajo el «culto Stalin».
Pero lo más jugoso fue la anécdota sobre el día en el que Fernando Arrabal le leyó la mano a Juan Carlos I. «Fue en una cena en la que todos íbamos de pingüinos, yo también, por uno de esos premios que se conceden, aunque a mi edad el único premio que me interesa, y que no voy a recibir, es la santidad», prologó el dramaturgo.
Luego confesó que, compartiendo mesa «bastante bebido ya» con el monarca, y después de los discursos de homenaje, éste le advirtió de que ahora le tocaba al homenajeado. «"Pero mire usted -porque nos tratábamos de usted-, es que yo en este estado no puedo", le dije al Rey. Y él me dijo: "Pues entonces baile usted"». Arrabal lo hizo («y creo que no mal»), aunque en el trance derramó su copa de vino, por lo que el Rey le dio la suya propia, «aunque eso no sea relevante porque el Rey siempre es muy agradable con las gentes de la cultura».
Lo cierto es que, según el «rap» de Arrabal, y en mitad de discusiones sobre si el monarca había de pagar o no impuestos como «su prima» Isabel de Inglaterra, el dramaturgo acabó demostrando que Juan Carlos I, como lo indicaba su conducta, «tiene en la mano la línea de la intuición, línea que no tenía ninguno de los presentes», incluido Camilo José Cela.
«Pero eso no significa que yo haga predicciones sobre el futuro», advirtió el narrador, que de ahí saltó a las matemáticas de Poincaré -«que tiene un nombre perfecto para matemático: "Point", punto, "caré", cuadrado»- a su idolatrado matemático de los fractales, Mandelbrot, y de ahí, a otro dramaturgo francés, Paul Claudel, y a su hermana Camille.
En este punto debieron sobrevenir el hambre y la curiosidad deportiva a Fernando Arrabal, quien interrumpió su divertida salmodia para bajar a los ordenadores y consultar en internet cómo van los tableros en Ekaterineburgo, y partir luego, previsiblemente en pos de unos arroces, que sirvieron estupendamente como unos dignos puntos y seguido en su pasmoso torrente verbal.